Tengo treinta y cinco años y todavía sigo haciéndolo a menudo. Tal y como me enseñó mi abuelo cuando todavía me tenía que sentar en sus rodillas para alcanzar la mesa: cojo una hoja de papel, coloco debajo una moneda, y con un lápiz comienzo a pintar encima, sin preocuparme por no respetar el borde. Y siempre se produce el milagro, la magia: ¡aparece la misma imagen que hay en la moneda! Los reversos solían ser más divertidos, aunque yo le llegué a coger cariño a aquella cara regordeta que aparecía en el anverso de mis monedas de infancia.
Mis hijos tienen más suerte con los reversos: si escogen una moneda italiana, les aparecerá una obra de arte. Si cogen una irlandesa, les aparecerá un arpa...
... y en ningún caso les aparecerá la imagen de un dictador en el anverso.
Mis hijos tienen más suerte con los reversos: si escogen una moneda italiana, les aparecerá una obra de arte. Si cogen una irlandesa, les aparecerá un arpa...
... y en ningún caso les aparecerá la imagen de un dictador en el anverso.
(De un taller literario que hice en ... 2005?)
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